lunes, 19 de mayo de 2014

El boom del vacío existencial

  Lo abundante cansa. Llegué a esa conclusión este mediodía en el súper, cuando me encontraba frente a una estantería con al menos 100 variedades de dulces y chocolates. Tenía hambre, tenía la posibilidad de comprarme alguno, y lo único que pensaba era: ¡A ver si inventan algo nuevo! Sí sólo hubiese encontrado un chocolate estándar a precio aceptable, posiblemente lo hubiera comprado. Pero en vez de eso perdí más de veinte minutos de mi tiempo observando y aborreciendo cada marca, y estorbándole al pobre reponedor. Al final me decidí por galletas.


  El contacto constante también cansa. Tengo agendados a grandes amigos en Whatsapp y llevo siglos sin escribirme con ellos. Hace 10 años tenía que gastarme unas 300 pesetas en el cyber para poder escribirles un E-mail, y otras 300 al par de semanas siguientes para ver que me contestaban, y ¡de verdad que lo hacía! Creo que no he podido vivir mucho de la época de las cartas... sí, esas de papel que venían en sobres, como las facturas, ¡qué bonitas eran! Pero claro, en estos tiempos que corren (y tanto que corren), a nadie le importa un cuerno ver noticias viejas escritas a mano, sino una respuesta digital inmediata, que te solucione el tema y no te haga pestañear mucho. Ha dejado de importar en absoluto lo que cuentes, sino simplemente que lo cuentes. Todo. A qué hora te has levantado, cuántos kilómetros has corrido, dónde estás viendo la Finale de la serie del año, los exámenes que has superado, y por supuesto, ¡lo bien que te lo estás pasando!
Da la sensación de que nuestra felicidad no es completa si no la posteamos. De que es en vano pasar las vacaciones de tu vida si nadie va a ver las fotos de tu viaje. De que no estamos seguros de que hemos hecho algo bien hasta que no tenemos la aprobación de los likes.

Eran tan felices que ni sacaron fotos.*

  ¿No os pasa, que abrís vuestra página de (inserte red social de turno) y sólo veis noticias de personas que apenas conocéis, sobre cosas con las que ni siquiera estáis de acuerdo, y que en realidad no os importan un pimiento? Pues a mí sí. Pero a pesar de ello, entraba una y otra vez. Por eso tomé la drástica decisión de desactivar mis cuentas de redes sociales. Siii, vaaa, puedo volver cuando quiera, pero en realidad espero no tener que hacerlo. Ahora me siento, de alguna forma, más humana. ¿Tampoco será el fin del mundo no?
Y el tema de las selfies... admito que yo también he caído alguna vez... pero, en serio, ¿qué nos pasa? ¿Donde está la gracia de fotografiarnos el careto y conseguir 874 megusta?¿De verdad investigamos e invertimos semejante montón de recursos en almacenamiento de datos para que se llenen de morritos?

  Siguiendo el tema de la abundancia agotadora, pasamos a las modas. Los "outfits", la música, los libros, las series... Las multinacionales ponen algo de moda y te bombardean visual y acústicamente por doquier. Y claro, como hay que estar a la moda para vender, escuchas el mismo single en 20 tiendas diferentes, ves el mismo bolso en los cuatro pubs que visitaste el útlimo mes, ves debates sobre el mismo libro en cada bendito blog. Empiezas escuchando rumores, comentarios... cuando te quieres dar cuenta el producto está en todas partes... y antes de que te puedas siquiera plantear tenerlo, ya lo tienes aborrecido, tú y todo hater viviente. Y llegando a la cumbre de la repulsión al producto, ¡surprise! llega el siguiente, en un ciclo cada vez más masivo y más corto. ¿Cómo es posible que nuestro sistema de consumo no nos haya matado ya? ¿De dónde demonios estamos sacando las materias primas? ¿A dónde va a parar todo ese volumen old-fashion?


    Y aquí lo dejo que bastante tenéis ya.


*Visto en alguna red social, no encuentro el autor.

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